Traducción de Aymará Boggiano y Julián Olivares
Hoy, imitamos la naturaleza para construir una cerca. La Facultad de Ingeniería de la Universidad de Houston y el Departamento de Estudios Hispanos presentan esta serie sobre las máquinas que mueven nuestra civilización y las personas cuyo ingenio las creó
Encontrar una invención que imita la naturaleza y cambia radicalmente la vida cotidiana, es como encontrar una fruta prohibida. La naturaleza es muy sutil, y muy pocas veces logramos imitarla directamente. Aquí, el historiador George Basalla nos habla del alambre de púas.
Desde los tiempos medievales, y aún los clásicos, hemos tratado de separarnos de las fieras mediante barreras espinosas. Esa necesidad de protección se agudizó en el siglo XIX en el oeste norteamericano, cuando los granjeros cruzaron el Misisipi para incursionar en los vastos llanos centrales. Allí se vieron ante la necesidad de proteger sus siembras de las ovejas y del ganado suelto.
Había un árbol pequeño, nativo de Tejas, llamado el Naranjo de Osage, que tiene largas y afiladas espinas que se distribuyen simétricamente, pero brotan en diversos ángulos. Los mercaderes tejanos comenzaron a venderles semillas de este árbol a los agricultores del norte, y estos comenzaron a plantar los setos espinosos. En 1860, Tejas envió 10.000 fanegas de semillas, suficiente para plantar 96.500 km de cercado.
El Naranjo de Osage sirvió, pero tenía desventajas. Se tardaba tres años en formar un cercado, y no podía moverse, era fijo, además abrigaba sabandijas y le hacía sombra a los cultivos. Los agricultores necesitaban algo mejor.
El alambre fue una invención medieval. Podía usarse para construir una cerca sencilla, pero ésta no le haría resistencia al ganado. Había, pues, que combinar las virtudes del alambre con la de los arbustos espinosos.
Michael Kelly, de De Kalb, Illinois, patentó en 1868 el primer alambre de púas. Trenzó entre dos alambres una púa metálica, y creó lo que llamó una cerca espinosa. Con esto De Kalb se convirtió en el portal de entrada para el cultivo de las grandes planicies del oeste. Si este producto tenía que salir de algún lugar tenía que ser de De Kalb.
Kelly no pudo lograr una producción intensiva de su invención hasta 1876. Para entonces, ya otros inventores de la misma ciudad de De Kalb habían creado sus propias imitaciones del arbusto espinoso. Y para 1880 ya De Kalb estaba produciendo 360 toneladas anuales de alambre de púas.
Con eso comenzaron los enfrentamientos entre ganaderos y rompe- terrones. Luego para la Primera Guerra Mundial, los ejércitos europeos y americanos lo usaron en las trincheras. Para entonces, ya el alambre de púas se había incorporado al paisaje de la cornucopia americana.
Pocas veces logramos imitar directamente la naturaleza—a menos que se incluyan los variados frutos del pensamiento humano. Aun así todavía no hemos inventado un avión que pueda aletear como un pájaro.
Desde luego, sí pudimos copiar la cizaña para inventar el Velcro. De vez en cuando lo logramos. Y eso fue lo que hicimos en 1870 cuando imitamos las púas del Naranjo de Osage para inventar el alambre de púas: imitamos la naturaleza, y con ello logramos la más grande producción de trigo y carne de res en el mundo.
Les habló Aymara Boggiano en otro episodio de las invenciones de nuestra inventiva de John Lienhard, desde la Universidad de Houston, donde nos interesa el proceso de la mente inventiva.
(Tema musical)
Basalla, G., The Evolution of Technology. New York: Cambridge University Press, 1988, pp. 49-55.
Muestras de Alambre de púas ensamblados por Robert L. Myers