Traducción de Aymará Boggiano
Hoy, una parábola de amor, lenguaje y la concientización de sí mismo. La facultad de Ingeniería de la Universidad de Houston y el Departamento de Estudios Hispánicos presentan esta serie sobre las máquinas que mueven nuestra civilización y las personas cuyo ingenio las creó.
En el año 1913 Helen Keller visitó a su amigo Andrew Carnegie y él le preguntó si era verdad que era socialista. Ella lo admitió y él le advirtió que la pondría sobre sus piernas y le daría un azote si no entraba en razón. Luego, le dio unos consejos capitalistas:
Le preguntó cuánto cobraba por los boletos para una de sus conferencias sobre el socialismo. “Un dólar y cincuenta centavos”. Respondió. “Rebájalo a cincuenta centavos”, le dijo Carnegie, “ganarás mucho más dinero”.
Es cierto que Keller era ciega y sorda desde que tenía un año y medio. Sufrió una enfermedad devastadora lo que la mantuvo apartada del lenguaje oral y escrito. Hoy, el lingüista Justin Leiber reflexiona sobre la difícil situación que vivió Keller.
Antes de que Keller cumpliera siete años, llegó la milagrosa Anne Sullivan. Sólo tres meses después Keller pudo escribir una simple carta. Hablar fue más difícil. Se tardó tres años en aprender a hablar, pero lo aprendió muy bien e igual de rápido. En verdad, había ocurrido un milagro.
Leiber nos dice que sin lenguaje, Keller tampoco tenía conciencia de su ser, como lo entendemos hoy. Ella no sabía cómo procesar sus emociones, y no tenía como verse a si misma. A causa de eso, Keller no recordaba emociones percibidas durante esos años en que vivió aislada.
Los estudios de psicología están llenos de niños similares a Helen Keller. Victor de Aveyron es el más famoso entre muchos de esos niños. A todos les ha ido mal, a todos menos a Keller.
Sullivan la regaló una nueva vida. A los diez años y antes de poder hablar, Keller mantenía correspondencia con el poeta John Greenleaf Whittier y el jurista Oliver Wendell Holmes. Cuando tenía 22 años, la conocida revista norteamericana, The Ladies Home Journal, publicó su autobiografía en una serie de entregas.
Pero Keller también cayó en la trampa de convertirse en la favorita del público norteamericano. A pesar de su genio, no dejó de ser una atracción de feria. En 1929, escribió otra autobiografía. En la que el título del penúltimo capítulo era: “Pensamientos que me preocupan”.
Es ahí donde expone su agenda social: pobreza, ecología, pacifismo y socialismo. Sus ideas durante la Segunda Guerra Mundial fácilmente le hubieron podido costar la cárcel. Presentaba muy bien sus argumentos y con mucha pasión, pero la gente se quedaban en la superficie de la novedad y no veían la profunda fortaleza de sus ideas.
En su último capítulo, recuerda a Anne Sullivan, quién le enseño a sobrevivir. En la dedicatoria escribe, “Para Anne Sullivan cuyo amor es la historia de mi vida”.
Keller convirtió ese amor en un activismo social. Le apasionaba enormemente la educación – para sordos, ciegos, y pobres.
Al final realmente entendimos lo que Keller quiso decir. Nos hizo comprender lo insignificante en lo que su impedimento podía convertirse. Esto lo consiguió solo después de que Sullivan, ya prácticamente ciega ella, le había regalado a Keller los ojos con que verse a sí misma.
Les habló Aymará Boggiano en otro episodio de Las invenciones de la inventiva, de John Lienhard, en la Universidad de Houston, donde nos interesa el proceso de la mente inventiva.
(Tema musical)
Justin Leiber, del departamento de filosofía de la Universidad de Houston, presentó una conferencia conmovedora en el UH Critical Studies Colloquium el 19 de marzo de 1992, “Natures Experiment, Society’s Closure: The Case of Helen Keller.” Leiber es un filósofo, escritor y experto en lingüística.
Keller siempre se dirigió a Sullivan como “Maestra”, usando la formalidad oriental. Cuando recuerda sus primeros años con Sullivan, usa tres términos consecutivos para describirse a sí misma: antes de aprender el lenguaje, se llama a sí misma “Fantasma.” Durante los primeros dos años después de haber aprendido a deletrear con sus dedos, se llama “Helen”. Al cumplir los nueve años, fue cuando empezó a entenderse a sí misma, fue entonces cuando comienza a referirse a sí misma con el pronombre de primera persona, “yo”.
Keller, H., Midstream: My Later Life. New York: Doubleday, Doran & Co., Inc., 1930.
Keller, H., The Story of My Life, New York: Bantam Books, 1990. (copia del original publicado en una serie de capítulos en 1902 Ladies Home Journal.)
Brooks, V.W., Helen Keller: Sketch for a Portrait, New York: E.P. Dutton & Co., Inc., 1956.
Referencias de la traducción:
Información sobre Victor de Aveyron.
Información sobre Hellen Keller
Una unidad didáctica sobre la película El milagro de Ana Sullivan
Libro de Helen Keller acerca de Swedenborg: Luz en mi oscuridad
Un video que muestra como Anne Sullivan enseñó a Helen Keller.